jueves, 16 de junio de 2011

¿Cómo zafarme de la mala influencia de mis compañeros?



¿De qué tipo de compañeros quisiera zafarse un joven creyente? Obviamente, no se trata de todos los compañeros, sino de aquellos que son contrarios a su caminar cristiano, esos que le hostigan, que le oprimen, que le inducen a participar de sus risas, de sus juegos, de sus bromas, y de sus tinieblas; en fin, de aquellos que le inducen a apartarse del Señor.

Confesando al Señor

¿Cómo zafarse de ellos? La respuesta es una y muy simple: Confesando el nombre del Señor cuando se presente la oportunidad de hacerlo.

Cuando ellos vean que tú no dices groserías, que no cuentas chistes obscenos, que no vas a sus fiestas, ellos van a preguntar. Entonces, cuando alguien te pregunte, le dirás: “Mira, yo no te condeno a ti porque hagas eso; tú eres libre de hacerlo. Pero, ¿sabes?, yo tengo en mi corazón algo: no es una prohibición de hacerlo, sino que, sencillamente, no tengo deseos de hacerlo, porque tengo al Señor Jesús en mi corazón y su vida en mí me hace feliz. Yo no necesito de aquello de lo cual tú participas.”

Esto es hacer lo que Pedro enseña, que debemos presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros. (1ª Pedro 3:15). No con soberbia, ni tampoco con temor. ¿Cómo entonces? Con mansedumbre y reverencia.

Si tú haces así, por un lado, te libras de ellos, pero no alejándolos, no condenándolos, sino permitiendo que ellos mismos se alejen, que ellos se den cuenta de que hay una diferencia. Y ellos van a respetar esa diferencia. Luego, tampoco te pongas grave con ellos, si es necesario, en algún momento, reírse, ríete. Hay cosas acerca de las cuales tú podrás reírte con ellos, y hay otras en que no sentirás deseos de hacerlo. Tienes que tener un criterio, porque hay cosas de las cuales sencillamente no te vas a poder reír. Si te preguntan algo, no los mires en menos, sino háblales con humildad y mansedumbre.

Tú no tienes que hablarles con una actitud de: “Aléjense de mí, porque ustedes son pecadores y yo soy santo”. No; no es esa la forma. Si tú haces eso, sea tan explícito o más suave, lo único que vas a ganar va a ser un epíteto de “santulón” y vas a levantar una barrera entre tú y ellos. No te van a querer escuchar, ni te van a considerar, más bien te van a tener por un fanático.

¿Como se tiene que producir, entonces, esta necesaria separación entre tú y ellos? La separación se va a producir espontáneamente cuando tú confieses el nombre del Señor con sencillez, pero con firmeza.

Si tú no confiesas el nombre del Señor y decides ser un creyente secreto, no podrás establecer los límites en tu relación con ellos. Ellos te considerarán como uno de ellos, de modo que cuando pequen o mientan, pensarán que tú estás del lado de ellos. Tú sabes en tu corazón que eres de Cristo y que no debes participar de sus tinieblas, pero lo haces, con lo cual disgustas al Señor y tienes problemas con tu conciencia. No agradas al Señor y tienes problemas contigo mismo.

Al principio podrás inventar excusas para no ir con ellos, pero como la presión continúa, tendrás que mentir una y otra vez para no ir con ellos. En cambio, si tú confiesas una o dos veces en el principio, dejarán de molestarte.

Por otro lado, si no confiesas al Señor, ¿cómo te sentirás cuando ellos hablen mal de Él y tú no puedas defenderlo? Parecerá como tú confirmas sus palabras, y te sentirás como un traidor. Confesar al Señor en un ambiente hostil puede ser difícil, pero más difícil es tener que callar cuando tú debieras hablar.

Sirviendo en amor

Junto con confesar tu fe, tú les demostrarás afecto, y tendrás un verdadero interés por ellos.

Tú tienes que estimar a tus compañeros y bendecirlos. Mateo 6:44 dice: “Bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen.” Si esto dice el Señor acerca de lo que debe ser nuestra actitud hacia los enemigos, ¿cuánto no será con nuestros compañeros de estudio? Tu actitud hacia ellos, tiene que ser de amor, de misericordia, y tienes que estar dispuesto a tenderles la mano cuando sea necesario.

Tú sabes, en el mundo hay amistades, muchas amistades. Para todas las correrías que ellos hacen tienen muchos amigos; pero, en el fondo, ellos están profundamente solos, amargados y tristes. Ellos no tienen al Señor.

En sus hogares tampoco está el Señor. Los problemas en sus hogares suelen ser terribles. Muchas veces ellos ríen, pero en el fondo arrastran tremendos dramas. Así que cuando veas un compañero solo y triste, tú debes acercarte y preguntarle: “¿Qué te pasa? ¿te puedo ayudar?”. Debes buscar oportunidades para ayudar, no para condenar; para tender una mano, no para juzgar.

Cuando ellos vean que ser cristiano no es asumir una postura de santulonería, de gravedad afectada, de prepotencia o presunción, sino que es estar disponible en caso de necesidad, ellos no sólo van a dejar de molestarte, sino que van a ser ganados para Cristo.

De tal manera que a la pregunta de ¿cómo puedo zafarme de la influencia de mis compañeros?, la respuesta es bien clara: Confesando al Señor, pero no con una actitud de juicio, sino mostrando una calidad de vida tal que ellos se den cuenta que lo que tú tienes es muy superior a lo que tienen ellos; y, al mismo tiempo, estando dispuesto cuando ellos necesiten de ti.

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